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El reflejo negro de nuestra alma

Por Gabriela Cruz

En múltiples ocasiones hemos hecho referencia, en este espacio, a la serie de ciencia ficción, Black Mirror, la cual gira en torno a cómo la tecnología afecta nuestras vidas, en ocasiones sacando lo peor de nosotros.

Su autor, Charlie Brooker, ha explicado el origen de la serie diciendo: "Si la tecnología es una droga -y se siente como tal- entonces, ¿cuáles son los efectos secundarios? Esta área -entre el placer y el malestar- es donde Black Mirror, está establecida. Cada episodio tiene un tono diferente, un entorno diferente, incluso una realidad diferente, pero todos son acerca de la forma en que vivimos ahora y la forma en que podríamos llegar a vivir si no tenemos cuidado”.

¿Pero cuidado de qué? ¿Por qué debemos temerle a ese "espejo negro" de la pantalla apagada de un televisor, un monitor o un teléfono inteligente? En un primer acercamiento a la serie que ha sido definida por los críticos como “la dimensión desconocida de los millennial”, podríamos pensar que debemos temer de la tecnología en sí.

La tecnología que permite examinar cada recuerdo detalladamente hasta descubrir una infidelidad; la misma que permite bloquear la visión y la audición de un soldado para que pueda matar sin piedad alguna o remordimientos a inocentes refugiados, incluso niños.

La proyección de ciencia ficción que nos permitiría clonar nuestras mentes e ingresarlas en un programa donde interactúen en un sinfín de relaciones, para encontrar así a la pareja ideal, científicamente probada, sería también la que permitiría esclavizar al clon de nuestras mentes para servirnos, o bien, cumplir sentencias por cientos o miles de años de tortura psicológica.

Tal vez debamos temer al Facebook, porque en su versión futurista la popularidad que tendría esta aplicación, serviría para catalogarnos como ciudadanos de primera… o de quinta, como ya sucede en China a manera de forma de control.

Todos esos escenarios son posibles, sí. Simple y sencillamente porque la crueldad y enfermedad psicosocial forman parte de la naturaleza humana. Son parte de nuestra sociedad. Como también lo son el humanismo, la solidaridad, la empatía.

Los avances científicos y tecnológicos son los que nos permiten tener hoy una esperanza de vida de 80 años en promedio, cuando hace cientos de años era de 30 o 40 años. Cualquier infección podía matarnos. Ya ni hablar de la tasa de muertes de mujeres por maternidad.

Hoy son posibles los trasplantes de órganos e incluso prolongar la vida con corazones artificiales. Sin la tecnología, Stephen Hopking, una de las mentes más brillantes desde Einstein, sería un vegetal, si es que todavía estuviera vivo.

Lo que debemos entender es que la tecnología no es una amenaza. El problema no es el medio, sino el origen. Al igual que el poder o el dinero, la tecnología sólo potencia lo que en realidad somos. Un hombre bueno con dinero, es un altruista; mientras que uno malo con dinero puede hacer cosas terribles. Un hombre bueno con poder, puede ser un héroe, mientras que un perverso, puede ser un tirano.

El revolución digital no va a parar. La tecnología va a seguir avanzando y nosotros la vamos a usar, para bien o para mal. No debemos temerle, pues sin el ser humano, un Smart phone o una Tablet son solo un espejo negro, de metal y vidrio. Debemos temer a nuestro lado oscuro y en todo caso, buscar la solución en nosotros mismos.

En la medida que sigamos defendiendo e inculcando en las nuevas generaciones los principios de justicia, empatía, bondad y generosidad, la tecnología cumplirá con éxito su fin último: servir a la humanidad.

Columna de opinión transmitida el 27 de Febrero de 2018 a través de

SQCS Noticias, Riviera FM 98.1 http://www.emisoras.com.mx/riviera-playa-del-carmen/

*Coordinadora de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad del Sur Cancún


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